Las vacas lecheras son sensibles a las altas temperaturas. A partir de un umbral de temperatura y humedad, su rendimiento se ve mermado, apareciendo alteraciones y enfermedades de la producción.
Las vacas lecheras tienen una alta tasa metabólica, que es la cantidad de energía que generan como resultado de procesar los nutrientes que ingieren con la ración para cubrir sus necesidades de mantenimiento, y para producir leche. Parte de esta energía se disipa en forma de calor corporal.
Las vacas de alta producción, especialmente durante el pico de lactación, son las que tienen mayor tasa metabólica. Pero el estrés por calor también afecta a las vacas secas y a las novillas, aunque tengan menores necesidades energéticas por no estar produciendo leche en este momento.
La temperatura corporal media de la vaca es 38,5 °C. Mientras la temperatura exterior se mantenga en un rango inferior su temperatura corporal (por debajo de 25 °C) las vacas son capaces de regularse, pero cuando la temperatura va aumentando, sobre todo si va acompañada de un aumento de la humedad relativa del aire, aparece el estrés por calor. El umbral a partir del cual aparece el estrés por calor se calcula con el índice THI.
En condiciones de confort térmico, la vaca disipa el exceso de calor aumentando su frecuencia respiratoria. Así, la ventilación de los pulmones y el intercambio de aire más fresco en las vías respiratorias ayuda a refrigerar el organismo. Otro mecanismo que ayuda a rebajar en parte la temperatura corporal es la transpiración, aunque está muy limitada, ya que tienen pocas glándulas sudoríparas; además, su cuerpo está recubierto de pelo.
Cuando estos mecanismos de compensación dejan de tener eficacia, los efectos negativos del estrés por calor se hacen notar en la explotación.
El estrés por calor es un problema importante en las explotaciones lecheras, ya que son una causa de enormes pérdidas económicas:
Las vacas en lactación reducen en gran medida su ingesta de materia seca; la producción de leche cae entre el 10 % y el 30 %.
El porcentaje de grasa y proteína de la leche desciende un 0,2-0,4 %.
La siguiente lactación se puede ver afectada, con una reducción de la producción total del 5-20 %.
Durante las épocas calurosas aumentan las tasas de enfermedades metabólicas, cojeras, días abiertos y mortalidad, que reducen la rentabilidad de la granja al aumentar los costes en tratamientos.
Sufren inmunosupresión, lo que reduce la calidad del calostro. Por tanto, los terneros se encuentran más desprotegidos frente a enfermedades comunes como la diarrea neonatal o las infecciones respiratorias.
Las vacas gestantes sufren mayor proporción de abortos, partos prematuros, nacimientos de terneros débiles o con menor peso al nacimiento. La eficiencia reproductiva del rebaño se reduce notablemente en condiciones de estrés por calor:
La tasa de concepción puede caer hasta un 30 %.
La tasa de detección de celos llega a reducirse hasta un 50 %.
Las granjas están dotadas de sistemas eficaces para luchar contra los efectos del estrés por calor:
Proporcionando amplias zonas de sombra suficientes para todas las vacas (4,5 m2 por vaca) y que reduzcan la temperatura en las naves.
Los tejados deben estar bien aislados y contar con un correcto sistema de ventilación forzada.
Enfriamiento por nebulizadores de agua, bien diseñados para que el tamaño de la gota llegue al dorso de la vaca y moje lo suficiente para enfriar la superficie corporal sin que sólo contribuya a aumentar la humedad ambiental.
Proporcionando agua de bebida, asegurando que haya suficientes puestos de bebederos por vaca o metros de abrevadero para evitar la presión por jerarquía social.
Formular la ración para compensar la bajada de la ingesta y evitar enfermedades metabólicas.