En el artículo “No podemos olvidarnos del macho de la oveja” describimos las características que definen a un carnero provechoso para la explotación ovina que realice monta natural. En el presente documento vamos a centrarnos en la estacionalidad reproductiva de los machos, su repercusión y de qué soluciones disponemos para contrarrestarla.
La testosterona es la principal hormona que regula el comportamiento sexual de los machos, la producción de espermatozoides y la dominancia, entre otras funciones. Sin embargo, esta hormona funciona de forma muy particular: para mostrar sus efectos basta con que se supere un cierto límite. Si aumenta mucho, no aumenta la libido ni el desempeño sexual, sino que únicamente exacerba la agresividad hacia otros machos y las conductas de dominancia.
Durante el celo las hembras emiten olores y feromonas que incrementan la producción de testosterona. Los machos detectan estas feromonas mediante una estructura muy especial: el órgano vomeronasal o de Jacobson. Para ayudar a dirigir las feromonas hacia este órgano los machos realizan el reflejo de Flehmen, que es un tipo de inspiración fuerte y sonora acompañada de un levantamiento del labio superior.
Además de los niveles de testosterona, otros factores que influyen en la conducta sexual del macho son la temperatura ambiental (el calor extremo disminuye la actividad reproductiva) y las pérdidas de peso muy severas. Algunos investigadores también afirman que la hora del día tiene repercusión: la mayoría de las cópulas se producen a primera hora de la mañana y a última de la tarde, con poca o nula actividad nocturna. Por último, la época del año afecta a la capacidad de servicio y a la fertilidad.
Ya sabemos que las ovejas pasan por un periodo de detención del ciclo estral, llamado anestro estacional, en los meses de días crecientes y largos, en especial de marzo a junio, por un descenso en los niveles de la hormona melatonina. Este fenómeno está justificado evolutivamente por la ancestral menor supervivencia de los corderos fruto de cubriciones en estos meses, que nacerían en otoño e invierno. La estacionalidad reproductiva es menos notoria en los machos de la especie ovina que en las hembras, pero también acusan el aumento de horas de luz.
Los machos son capaces de reproducirse en cualquier época del año, con máximos en libido y producción seminal en días cortos y decrecientes (septiembre a diciembre). Coincidiendo con el anestro estacional de las hembras, la libido, el tamaño testicular y la producción de espermatozoides de los carneros disminuye más o menos significativamente dependiendo de su raza. Curiosamente, se ha visto que la localización real de los animales influye menos que la raza: si trasladamos animales de una raza con marcada estacionalidad originaria de latitudes templadas/frías, por ejemplo, la Suffolk británica, a un país cercano al ecuador, la estacionalidad no desaparece, a pesar de que las horas de luz cambian drásticamente.
La melatonina es una hormona que se produce durante las horas de oscuridad, por lo que, cuanto más largas sean las noches, más cantidad de esta hormona se producirá. De esta manera, el morueco puede “saber” en qué época del año se encuentra, y su organismo ajustarse en consecuencia. La cantidad de melatonina influye sobre los niveles de testosterona, pero no enormemente, de ahí que la capacidad reproductiva del macho no se vea tan perjudicada debido a la estacionalidad.
Los implantes de melatonina son la única manera de contrarrestar la estacionalidad de los machos. Estos implantes liberan dicha hormona progresiva y persistentemente, imitando la producción que encontraríamos de forma natural en otoño, aumentando la producción espermática y la libido. Debemos tener en cuenta que los espermatozoides tardan 49 días en producirse, por lo que para reponer las reservas al completo y ver los resultados del implante sobre la calidad del semen habrá que esperar al menos 7 semanas.
Según un estudio de 2013, a partir de la semana 6 tras la colocación de los implantes de melatonina se encontró un aumento en el diámetro escrotal, en la motilidad de los espermatozoides y en la libido, y a partir de la semana 9, en el volumen eyaculado por cópula (0,90 ml frente a 0,77 ml en los machos sin tratar) y en el número de espermatozoides por cada mililitro de semen (4.700 millones, frente a 4.300 millones en los machos sin tratar).