En el artículo anterior, Retención placentaria en rumiantes I: por qué ocurre, pudimos analizar las características de la placenta de estos animales y entender el proceso que provoca fallos en su desprendimiento y expulsión. A continuación, vamos a profundizar en cuáles son las consecuencias de esta enfermedad, cómo se trata y cómo podemos minimizar el riesgo de que suceda en nuestra explotación.
La aparición de patologías posparto repercute sobre el retorno al celo, la fertilidad de las hembras en las siguientes inseminaciones y la tasa de eliminación. Dentro de las enfermedades que pueden presentarse (metabólicas, locomotoras…), las enfermedades reproductivas del posparto, entre las que se encuentra la retención placentaria, son las que tienen un efecto más importante sobre la fertilidad: ¡disminuye un 15%!
La retención placentaria afecta a la hembra por varios motivos:
El retraso en la expulsión supone que se alarga la recuperación de la mucosa uterina y su vuelta a la normalidad, por lo que la implantación de un posterior embrión se dificulta.
La placenta empieza a pudrirse muy rápidamente, lo que puede ocasionar infecciones locales (metritis y endometritis) o incluso pasar a la sangre y causar una septicemia y probablemente la muerte.
El estrés del parto, el “cóctel” hormonal que se genera y el descenso en la ingesta de alimento con pérdida de condición corporal provocan que el sistema inmune de la hembra esté debilitado (inmunosupresión periparto), de forma que es menos capaz de combatir los agentes infecciosos. En caso de retención placentaria, el empeoramiento general del estado de la hembra alarga este periodo y aumenta aún más el riesgo de infecciones.
Adicionalmente, el mal estado de salud de la hembra repercute en la producción de leche, un hecho que es importante en todas las explotaciones lecheras.
Antes de empezar un plan de tratamiento es imprescindible asegurarse de que, en efecto, nos encontramos ante una retención placentaria. Inmediatamente tras el parto, podemos realizar una palpación uterina transcervical (atravesando el cérvix) y examinar táctilmente el contenido del útero. Si la placenta se está desprendiendo con normalidad, podremos sentir los placentomas blandos y aplanados, mientras que, si hay retención, los placentomas están firmes y más grandes que durante la gestación. Esta palpación precoz puede señalar qué vacas vigilar con más detenimiento o incluso si puede interesarnos tratarlas en ese plazo.
En muchos casos el animal se come las membranas fetales antes de que el operario o persona a cargo de los partos pueda darse cuenta de que se ha producido el alumbramiento. En caso de duda, un dato interesante en las vacas es que pasadas 36 horas tras el parto el cérvix se cierra y ya no podremos introducir la mano hasta el útero; en situaciones anormales en las que la placenta no se expulsa, el cérvix no se habrá cerrado en este momento.
La señal más evidente de que una hembra sufre retención placentaria es la presencia de restos de membranas fetales malolientes colgando de la vagina durante días. Estos tejidos suponen una falta de higiene para la explotación, atraen insectos y son una fuente de infecciones. ¡Cuidado! Puede resultar tentador intentar resolver el problema tirando de estos tejidos, pero si no se han desprendido por sí solos significa que muchos placentomas están todavía unidos, y el riesgo de causar daños graves al útero materno es muy elevado.
Como vimos en el artículo previo, las causas directas, indirectas o predisponentes de retención placentaria son muchas y muy relacionadas entre sí. Las técnicas de prevención implican asegurar que no ocurre ninguna de las situaciones descritas. Algunos ejemplos destacados son:
Garantizar que se cumplen los requerimientos nutricionales de la hembra, tanto energéticos como minerales, especialmente vitamina E y selenio. Ningún forraje ni cereal contendrá todos los minerales que la hembra gestante necesita en las cantidades óptimas, por lo que es imprescindible el uso de correctores minerales específicos. Muchas veces estos correctores ya están incluidos en los piensos comerciales formulados para hembras gestantes.
Asegurar que el parto se produce en las mejores condiciones posibles, minimizando el estrés de la hembra y maximizando la higiene.
Utilizar con precaución la dexametasona para inducir el parto, sabiendo que el riesgo de retención placentaria es muy elevado. Según algunos estudios, la inyección de prostaglandinas conjuntamente disminuye el riesgo, pero por ahora no está suficientemente demostrado.
Intentar minimizar el riesgo de distocia y la necesidad de realizar maniobras obstétricas y cesáreas. Un gran porcentaje de estos problemas aparecen al azar, por lo que serán inevitables, pero en el caso de las vacas se puede reducir la frecuencia de todos aquellos relacionados con la incompatibilidad fetopélvica (fetos demasiado grandes para la madre) eligiendo machos adecuados, no excesivamente grandes.
La retención placentaria es una de las complicaciones más frecuentes tras una cesárea. Disminuir el riesgo de partos que requieran una cesárea reduce la incidencia de retenciones placentarias.
En caso de tener un caso de retención placentaria, la terapia se enfoca hacia dos objetivos, la extracción de las membranas fetales y el tratamiento de la infección.
Hay opiniones encontradas sobre qué hacer para ayudar en la expulsión de los tejidos retenidos: como ya hemos dicho, la extracción manual puede dañar gravemente el útero, y la utilidad de inyectar hormonas, como la oxitocina o las prostaglandinas, está discutida, ya que no está claro que tengan efecto alguno sobre la adhesión o separación de los placentomas. Sin embargo, la inyección intravenosa temprana de los minerales deficitarios suele ser útil.
La complicación más habitual es la metritis, por lo que siempre se recomienda el uso de antibióticos, y se ha visto que es más eficaz inyectarlos que introducirlos directamente en el útero. Gracias al antibiótico evitaremos que las bacterias proliferen y la infección se extienda, hasta que finalmente, tras varios días, la placenta se desprenda por sí sola y se resuelva la enfermedad.