Los microorganismos resistentes a los antimicrobianos son un problema que puede desembocar en una grave crisis sanitaria mundial, tanto para la salud humana como animal (con el impacto que esto, a su vez, tendría sobre el acceso a los alimentos). Este es el principal problema que tiene que abordar la estrategia One Health y es imprescindible que el esfuerzo para resolverlo sea conjunto.
La resistencia es la capacidad de una especie de bacteria, hongo o protozoo de evitar, por un medio u otro, la acción de un antibiótico al que previamente era sensible. Como ya vimos en el artículo Las bacterias multirresistentes son un peligro para la humanidad, los mecanismos por los que las bacterias desarrollan resistencia a los antimicrobianos son cuatro y tienen su origen en mutaciones espontáneas en sus genes que les confieren nuevas capacidades: inactivar al antibiótico, impermeabilizarse, expulsar al antibiótico de su interior o cambiar su componente “diana” (la molécula bacteriana a la que ataca el antibiótico).
Es muy importante enfatizar un punto clave de todo este proceso: el uso de antibióticos no provoca las mutaciones. Las mutaciones son algo natural que ocurre en todas las células y organismos con material genético, y en poblaciones de millones de individuos es habitual que haya pequeñas diferencias entre ellos. El problema ocurre cuando el antibiótico destruye a las bacterias “normales”, que no han mutado, pero no es capaz de destruir a las que han mutado, y estas se convierten en las únicas supervivientes, proliferando sin competencia. Es el uso indebido, repetido y excesivo de antimicrobianos el que potencia esta situación.
Sin embargo, algunos estudios señalan que las mutaciones aumentan cuando las bacterias sufren estrés en presencia de los antimicrobianos, por lo que aún aumentaría más el riesgo de que se produzcan mutaciones provechosas para la bacteria.
Uno de los grupos de antibióticos frente a los que se ha observado con mayor frecuencia la aparición de resistencias es el de los betalactámicos (penicilinas y cefalosporinas, principalmente), quizá por ser los más frecuentemente usados. Estos antibióticos actúan uniéndose a una molécula imprescindible para la creación de la pared bacteriana, impidiendo que el proceso se desarrolle correctamente. Muchas bacterias han desarrollado la capacidad de producir una sustancia llamada betalactamasa, capaz de atacar a la estructura molecular del antibiótico, anulando así su efecto.
Para contrarrestar este problema, los antibióticos betalactámicos pueden administrarse en conjunto con una sustancia que inactive la betalactamasa: el ácido clavulánico (de aquí surge la famosa mezcla, que a todos nos ha tocado tomar o administrar a nuestros animales alguna vez, la amoxicilina-clavulánico). Sin embargo, ya van apareciendo cepas de bacterias capaces de neutralizar el ácido clavulánico o de esquivar su efecto por otras vías.
Aquellos microorganismos que tengan más facilidad para alterar su material genético tienen un mayor riesgo de desarrollar resistencias. Algunas de las bacterias que más preocupan por su elevado porcentaje de cepas resistentes a uno o varios antibióticos son:
Escherichia coli: en algunos países, su resistencia al ciprofloxacino alcanza el 92,9%.
Klebsiella pneumoniae: alcanza porcentajes de resistencia del 79,4% a este mismo antibiótico.
Staphylococcus aureus: productoras de betalactamasa también resistentes a la meticilina y sucesivamente a más antibióticos modernos).
Mycobacterium tuberculosis (en personas, la tuberculosis es difícil de curar, requiere meses de tratamiento, y están apareciendo cepas resistentes a los dos antibióticos que se usan, la isoniazida y la rifampina).
Como se puede observar, todas las bacterias mencionadas afectan al ser humano y a nuestros animales de granja, por lo que para el sector ganadero suponen una doble preocupación: además del riesgo para nuestra propia salud si nos contagiamos, también habrá más casos de animales que no consigamos curar y deban ser eliminados tras habernos gastado dinero en tratamientos ineficaces.
Conforme más y más microorganismos sean resistentes a más tipos de antimicrobianos, con más frecuencia será necesario recurrir a las categorías superiores de la clasificación de la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria). Cuando se agoten las opciones no quedará alternativa de tratamiento posible, ni para el ser humano ni para los animales. Los laboratorios farmacéuticos trabajan en la búsqueda de nuevos antibióticos y nuevas fórmulas para impedir la aparición de resistencias o contrarrestarlas, pero estos estudios duran años, y no siempre se obtienen resultados útiles.
Hoy por hoy, la única manera de frenar este grave problema es aplicar las estrategias de buenas prácticas diseñadas por los expertos recogidas en la web del PRAN (Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos) empezando por usar antibióticos solo cuando sean estrictamente necesarios, mejorar en la prevención de enfermedades, completar los protocolos de tratamiento en el tiempo y dosis indicados, no automedicarse ni medicar a los animales con restos de productos de otras tratamientos anteriores, etc.