Las plantas forrajeras, componente esencial de la dieta de los rumiantes, son un producto perecedero una vez se siega del campo. Para tener provisiones de calidad disponibles a lo largo del año es necesario transformar este alimento fresco verde, de forma que se conserve más tiempo en condiciones sanitarias adecuadas para los animales.
Las rotopacas de heno son un componente habitual del paisaje agrícola español.
La alimentación del ganado se basa en una mezcla proporcionada de vegetales, granos de cereales, aceites u otras grasas y aditivos como calcio, vitaminas o minerales esenciales. La ingesta debe aportarles energía y nutrientes para crecer, producir y mantener su salud. Los rumiantes, además, tienen una particularidad: necesitan que parte de su dieta contenga fibra vegetal (celulosa o hemicelulosa) para mantener el equilibrio ruminal. Estas moléculas no son digeribles por las personas.
La complicación estriba en que las plantas forrajeras crecen más y con mejor calidad en unas épocas del año, generando excedentes, y poco o nada en otras, causando un déficit. Esta producción forrajera varía según la altitud, la latitud y el clima. En el caso de España, hay zonas con una producción algo más estable a lo largo del año, como ocurre en las provincias húmedas del noroeste peninsular, y zonas con variaciones muy marcadas, como las que encontramos en los pastos naturales de áreas montañosas. En cualquier caso, para alimentar a animales estabulados es imprescindible segar forrajes cultivados artificialmente y, al ser materiales perecederos, es necesaria su transformación en mayor o menor grado para mejorar su conservación.
Cada año en España se cultivan millones de toneladas de especies vegetales forrajeras para alimentar al ganado. En su mayoría se siegan y se administran a los animales en estabulación, aunque en explotaciones extensivas o semi-extensivas también se practica el pastoreo en estas praderas artificiales.
Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, durante el año 2020 se produjeron más de 21 millones de toneladas de forraje en verde cultivado (es decir, sin contar con los pastos naturales), de las que el 50,4% fue alfalfa, el 20,4% maíz forrajero y el 6,7% veza forrajera. De esta producción, tan solo el 10,4% se consumió en fresco, mientras que el resto se transformó mediante diferentes técnicas:
El pH es una medida de la acidez de una sustancia. La mayoría de alimentos tienen un pH entre el 5 y el 8, y este en el rango en el que crecen la mayoría de microorganismos. Las bacterias que crecen por debajo de un pH de 4,6 no son patógenas.
Como hemos visto, la conservación de forrajes tiene ventajas muy evidentes. Sin embargo, también conlleva algunas desventajas, y riesgos añadidos si no se realiza correctamente. Con el paso del tiempo y la acción del sol y el oxígeno se degradan nutrientes, especialmente vitaminas, perdiendo calidad. El henificado debe hacerse rápidamente después de segada la planta para evitar que durante el periodo de secado se multipliquen microorganismos que, aunque posteriormente no se sigan reproduciendo, se quedan en el alimento y pueden causar una infección o una intoxicación al animal que lo ingiera, dependiendo de la cantidad presente. Es especialmente importante el caso de los hongos, que se desarrollan en los forrajes húmedos, y sus micotoxinas.
El ensilado es un proceso más complejo, en el que intervienen varias familias de bacterias y en el cual se deben alcanzar rápidamente condiciones de anaerobiosis (es decir, sin oxígeno). La bajada del pH y de los niveles de oxígeno en el interior del silo deben seguir una progresión coordinada, de lo contrario pueden desarrollarse bacterias del género Clostridium, que producen ácido butírico en lugar de láctico. Estas bacterias forman esporas que sobreviven al tracto digestivo del animal y llegan hasta a contaminar su leche, estropeando su transformación en queso. Además, si el envase se rompe y entra aire al forraje, se rompen las condiciones de anaerobiosis y pueden crecer otros microorganismos.
En conclusión, conservar los forrajes en condiciones óptimas para cada explotación permite disponer de alimento de calidad nutritiva y sanitaria para el ganado a lo largo de todo el año, teniendo en cuenta las condiciones particulares de cada explotación: