El mal de "las vacas locas", que fue el nombre popular que se dio a la Encelopatía Espongiforme Bovina (EEB), no fue una enfermedad más de origen animal que se transmitió a los humanos, sino más bien un punto de inflexión en la cadena alimentaria de la Unión Europea, puesto que a raíz de entonces se implantó la trazabilidad “del campo a la mesa.” Este cambio ha hecho que el sistema alimentario comunitario sea uno de los más seguros del mundo, ya que en el momento en el que se conoce una alerta sanitaria, se ponen en funcionamiento toda una red de avisos y de procedimientos de control para frenar cuanto antes las posibles consecuencias y problemas.
El primer caso de esta enfermedad, la EEB, se detectó en el Reino Unido, en el año 1986. Sin embargo, la alarma no estalló hasta diez años después, cuando se manifestó en humanos que habían consumido vísceras (cerebro y médula, principalmente) de vacas afectadas por la EEB, y que desarrollaron la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, una patología incurable y mortal que va deteriorando el cerebro, progresivamente.
La EEB se comenzó a dar en España en el año 2000, con dos casos de vacas de una explotación ganadera de Galicia. El mayor número de casos se alcanzó en el año 2003, con 167, y a pesar de que en algunos ejercicios recientes no se ha detectado ninguno, (como ocurrió en 2013 ó 2018), el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación mantiene activos los sistemas de vigilancia.
El origen del “mal de las vacas locas” estuvo en unas proteínas infecciosas, denominadas priones, que procedían de harinas elaboradas, a su vez, a base de desechos de ovinos infectados y que se destinaban a la producción de piensos para vacuno. Las vacas ingerían dichos piensos contaminados por los priones, y tiempo después desarrollaban la EEB.
Esto llevó a que la Unión Europea modificara toda la gestión de los deshechos cárnicos, denominados Sandach (Subproductos Animales No Destinados A Consumo Humano), que son aquellos materiales que se generan en la producción primaria ganadera y en las industrias de transformación de los alimentos de origen animal que, por motivos comerciales o sanitarios, no entran dentro de la cadena alimentaria, por lo que necesitan ser gestionados adecuadamente.
Por ello, algunos de los deshechos que se transformaban en harinas para piensos destinados a animales que alimentaban a los humanos, pasaron a incinerarse. De esta forma, se evitó que volvieran a entrar en la cadena alimentaria, lo que llevó, en algunos casos, a implantar un sistema de recogida especial para los Sandach, (con el coste añadido que tuvo para ganaderos e industrias).
El mal de “las vacas locas” y otras crisis alimentarias de principios del siglo XXI, como el caso de las dioxinas de los pollos en Bélgica, dieron lugar a que la Comisión Europea implantara también otro sistema de control que ayudara a reaccionar rápidamente y de forma efectiva ante dichas situaciones. De este modo, por una parte, en 2002 se creó la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria, EFSA, que coordina un sistema de alertas y riesgos alimentarios, entre otros.
Por otra, se creó un sistema de trazabilidad del campo a la mesa, de manera que, gracias a un sistema de control implantado desde la producción de los alimentos hasta su venta, con el conocimiento de los diferentes eslabones de la cadena alimentaria que atraviesan, se puede conocer, en cuestión de horas, el origen exacto de un alimento y por qué fases ha pasado.
El concepto de “One Health” o “una única salud” quizás sea más patente hoy que hace unos años, posiblemente, porque el origen del Covid 19 se cree que fue una enfermedad animal transmitida a un humano y que, en meses, dio lugar a un gran pandemia en pleno el siglo XXI.
Sin embargo, los veterinarios que se dedican a la salud pública son muy conscientes de este hecho: de que la salud de los humanos depende, en gran parte, de unas cabañas ganaderas saneadas. Y ejemplos no faltan, como el de la gripe aviar o también el de la EEB, entre otros.