Los bovinos son herbívoros que se alimentan de diversas variedades de plantas, sus partes y derivados. A grandes rasgos, estas materias primas se dividen en alimentos forrajeros de volumen y alimentos concentrados.
Las vacas estabuladas se alimentan de mezclas de plantas forrajeras gramíneas y granos de cereales.
Los forrajes son las partes verdes de las plantas ricas en fibra: los tallos, hojas y flores); las plantas que más se suelen emplear para la alimentación del ganado bovino son aquellas con un gran porcentaje de estos componentes, preferiblemente que crezcan rápido, no agoten el suelo y contengan nutrientes equilibrados. Las más importantes son la cebada, la avena, la alfalfa, el trébol, la festuca, el raigrás, el sorgo, etc.
Los concentrados, en cambio, son las partes de alta energía, ricas en almidón: los frutos, tubérculos y semillas, especialmente los granos de cereal. Las especies más importantes en ganadería son el maíz, la cebada, el arroz, las habas, el trigo, el sorgo, la soja, etc. En esta categoría incluimos también algunos subproductos de la industria alimentaria humana, como la pulpa de remolacha azucarera, de aceituna o de soja, la malta de cebada, etc. Todos ellos son productos con un alto contenido energético.
Los alimentos pueden consumirse en forma de pasto, ingiriendo las plantas directamente del suelo (siendo en este caso todo forraje), en forma de forraje cosechado y transformado (paja, heno, ensilado, etc.) o en forma de pienso compuesto. El Reglamento (UE) 68/2013 regula qué materias primas están permitidas para la elaboración de piensos para el ganado bovino. Generalmente contienen una mezcla de plantas forrajeras henificadas o deshidratadas, más o menos trituradas, granos de cereales variados (sobre todo maíz), soja extrusionada y, en ocasiones, grasas para aumentar la energía, y minerales y vitaminas necesarios para el animal que no se obtienen de los alimentos o en cantidad insuficiente (los llamamos “correctores”).
Para mantener la salud ruminal es muy importante que la proporción de cada tipo de alimento sea adecuada para la especie. Un bajo porcentaje de fibra forrajera y un alto porcentaje de energía de rápida digestión es perjudicial para el ganado vacuno por el riesgo de acidosis ruminal y sus consecuencias. El triturado y molido excesivo de los piensos puede tener también una influencia negativa, ya que disminuye el tiempo de masticación, y la cantidad de saliva que llega al rumen es menor (la saliva es alcalina, lo que ayuda a disminuir la acidez).
Las plantas forrajeras son gramíneas o leguminosas. La típica hierba o césped son muchas especies diferentes de gramíneas.
Lograr un balance adecuado de energía y cumplir todos los requerimientos nutricionales no es nada sencillo, y más si tenemos en cuenta que varían dependiendo de las circunstancias del animal (temperatura ambiente, sistema extensivo o intensivo), su edad y peso mientras crece y, en las vacas adultas, de la fase del ciclo productivo en la que se encuentren (gestación temprana, gestación avanzada, pico de lactación en vacas lecheras o vaca nodriza vacía).
Por suerte, organismos públicos y empresas de nutrición ponen a nuestra disposición tablas de necesidades alimentarias ajustadas a cada etapa del crecimiento de los terneros y a cada fase productiva. Las empresas de nutrición animal venden piensos especialmente formulados para cada uno de estos momentos, con instrucciones de cantidad de administración recomendada en función del peso del animal.
Para mantener la salud de las vacas, su productividad y su fertilidad, es importante mantener una condición corporal estable, en torno a 3-3,5 sobre 5. Sin embargo, habrá fases del ciclo productivo en las que será casi imposible cubrir las necesidades energéticas de la vaca, especialmente en las semanas previas al parto y en el pico de lactación. En el primer supuesto, debido a que se reduce el espacio ruminal, por lo que la cantidad de alimento que la vaca ingiere al día es inferior a la habitual, a la vez que la demanda energética aumenta mucho. En el segundo supuesto, las vacas de alta producción están tan seleccionadas que gastan más energía en producir leche de la que pueden ingerir en un día, por lo que consumen sus reservas grasas.
Es más rentable mantener estable el peso de nuestras vacas, ya que la energía que obtienen de quemar su grasa es mucho menor que la energía necesaria para recuperar ese peso, resultando en un peor aprovechamiento de la alimentación animal.